La habitación cerrada es una invitación a entrar en aquellos clásicos de la mejor escuela de Lovecraft y Poe donde el horror nos acecha en cada esquina.
Los tres relatos aquí adaptados —«La pata de mono», de William Jacobs (Harper’s, 1902); «Los perros de Tíndalos», de Frank Belknap Long (Weird Tales, 1929) y «Punto muerto», de Barry Perowne (Ellery Queene’s Murder Mysteries, 1945)— comparten elementos de una estructura que es al mismo tiempo su contenido: el espacio cerrado doméstico como reducto o remanso, donde el individuo puede estar completo, con sus juegos, sus estudios y su creación artística.
Y en el plano opuesto, lo exterior, parte de una metafísica nociva, por así llamarla: grimorios, fetiches indios y encuentros con desconocidos misteriosos dictados por un destino demoníaco. Y es que la visión del «terror fantástico» que rige La habitación cerrada plantea una actitud familiar con lo literario que ni preserva ni deconstruye; una confianza natural en las posibilidades dramáticas de un género narrativo basado en la irrupción de lo inesperado y en el «sentido de la maravilla».
En «La habitación cerrada» veremos tres relatos adaptados al siglo XXI en una obra de teatro, éstos son: 'La pata de mono ' de W. Jacobs, 'Punto muerto' de Barry Perowne y 'Los perros de Tíndalos' de Frank Belknap Long. La autora va alternando las diferentes adaptaciones a lo largo de los actos.
Empezamos con una partida de ajedrez entre dos hermanos, que esperan la (eterna) visita de Evie Wyld. La mujer es una trotamundos y los hermanos llevan esperando verla nueve años. Evie trae un extraño artefacto en su bolso, que sin querer muestra a los hermanos, lo consiguió en uno de sus viajes (en Budapest) y no puede deshacerse de él. Se trata de una pata de mono. Al parecer, dicho artefacto puede conceder tres deseos. Evie tiene auténtico pavor a la pata de mono pero los hermanos no se acaban de creer la historia; por desgracia, la conocerán de primera mano.
Por otro lado, tenemos a Edmund y Samuel. Edmund es escritor y tiene entre manos una gran historia, solo le falta el final. Tiene a una joven asesinada en una habitación. Con sus personajes perfilados, el marco y el nudo solo le queda saber ¿cómo escapa el asesino? En una noche de borrachera con un desconocido, había encontrado la clave, lo que nadie había hecho. Pero tras pasar el estado de embriaguez la idea voló y no logra recordar. Así que decide buscar a su confesor ¿y si le roba la idea?
Y, por último, tenemos la parte más retorcida de la obra: la trama de Víctor. Víctor es un hombre conocido por escribir novelas de misterio, fantasía y ocultismo. Un día, decide llamar a alguien de confianza para que le grabe todo lo que dice tras tomar una droga llamada 'liao' que se consigue a partir de la Flor de Loto. Está obsesionado con llegar a la cuarta dimensión y conocer al Tao. El problema es que su viaje de vuelta no fue como esperaba.
Después de esta pequeña introducción, solo puedo decir que lo he disfrutado mucho y lo he leído de una sentada. La autora consigue mantener la intriga desde el principio y todas las historias te mantienen en vilo. Quizás, el único pero que pongo es que, si bien todas tienen un final abierto pero elegante, el de Edmund me pareció demasiado difuminado. Las otras dos creo que tienen un cierre perfecto.
Especial mención al fanático prólogo de Javier Calvo y el broche de Luis Freites Pastori y Cristián Cortés. Con unas breves pinceladas hacen un recorrido a través de la historia del teatro, ideal para los ignorantes en este tema (entre ellas yo) y que ayuda a los lectores a apreciar la obra de Loredana Volpe, desde un prisma más riguroso.
Por último, cabe destacar la preciosa edición. Las ilustraciones son increíbles y nos envuelven aún más en esa atmósfera lúgubre y misteriosa.
El libro termina con un regalo, por parte de la autora, de una breve historia «La casa de los cuchillos».
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