sábado, 9 de febrero de 2019

Lince Ediciones






A pesar de las múltiples oleadas de revolución feminista, la mujer soltera de hoy todavía está sumida en el juicio o, peor aún, en la compasión. Pero durante un breve período de exclamación en la década de 1930, ellas estaban de moda. Hillis instó a las divorciadas y solteronas a arrojar etiquetas derogatorias, y su filosofía se convirtió en un fenómeno.


El placer de vivir sola es el manifiesto para mujeres solteras que viven solas, escrito en 1936 y que se revela más actual y contemporáneo que nunca. Un canto a la liberación de la mujer en su plenitud, en su espacio y en sus deseos. Publicado por primera vez en 1936, este libro ha pasado de generación a generación, de madres a hijas, de abuelas a nietas, hasta llegar a nuestra actualidad, más vigente que nunca.

Marjorie Hills, una auténtica bonvivant, comparte su sabiduría con trucos y consejos para aprender a disfrutar de la soltería y la soledad. Hillis lleva a las lectoras a través de los fundamentos de vivir solas, incluyendo la importancia de crear un ambiente hospitalario en casa, cultivar pasatiempos que las mantengan allí (“para que ninguna mujer pueda aceptar una invitación todas las noches sin llegar a la pena”), la cuestión de si las mujeres pueden entretener a los hombres en casa (¡la respuesta puede sorprender!), y muchas más.






Un relato ágil sobre lo que se espera de las mujeres y lo que las mujeres esperan de sí mismas.


Julie sabe que un orgasmo es lo que pasa cuando su marido grita como un primate y deja caer su peso sobre ella. Julie también sabe arquear el cuerpo y emitir jadeos y grititos en el momento adecuado. Por desgracia, nunca ha tenido uno. Harta de esta situación, decide hacerse con Mr Rabbit, un vibrador que promete orgasmos en 30 días, y dedicarse al onanismo a tiempo completo. Pero la realidad no es tan fácil como la pintan en los sex shops. A Julie no paran de asaltarle pensamientos y recuerdos que le impiden concentrarse; el sonido de la máquina cortacésped de su padre, su despertar sexual, el exhibicionista con el que solía cruzarse de niña, las galletas de jengibre de su abuela y otro sinfín de recuerdos parecen dispuestos a arruinarle la tarea.

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