Recuerdo que cuando iba al instituto siempre escuchaba los mismos grupos, en especial: Linkin Park, Three Days Grace, Breaking Benjamin y System of a Down. Tenía un viaje largo tanto de ida como de vuelta en bus y aprovechaba para desconectar. Pero Linkin Park era mi grupo por excelencia, y a día de hoy sigo escuchándolo. En 2017 fallecía el cantante (Chester) y esta semana el grupo volvió con un lavado de imagen incorporando a una vocalista: Emily Armstrong. Creo que, al igual que pasó con el actor Andy Whitfield en Spartacus, al incorporar a alguien que no trata de ser una copia y que es totalmente distinto tanto en físico como vocalmente es un acierto. Y creo que su estreno ha sido sublime.
No le he dedicado mucho tiempo a los comentarios que hay en Youtube y al vertedero de internet pero es una pena que artistas como Leire Martínez (Oreja de Van Gogh), quien después de más de diez años de carrera, tenga que seguir justificando su entrada a dicho grupo porque los "fans" antiguos sigan ninguneándola. Y es que al final, te puede gustar más un actor que otro, una cantante más que otra pero hay mil formas de decir las cosas.
Hoy me ha venido a la mente un comentario que hizo hace unos años un antiguo profesor que tuve en la carrera. Él asistía a clases de oratoria e insistía en que le dedicáramos tiempo a la expresión oral. Uno de los ejemplos que puso fue que, cuando estaba en clase explicando X tema, intentaba recurrir a «¿Me he explicado?» en lugar de usar «¿me habéis entendido?». Porque mientras que la primera hacía referencia a su capacidad de expresar, la segunda se refería a la propia capacidad del alumno. De esta forma, fomentaba las dudas en clase y que sus alumnos no estuvieran cohibidos a preguntar por miedo a las "dudas tontas".
Y aquí alguno puede pensar «es que la gente hoy en día tiene la piel muy fina, en mi época...». Todo se puede mejorar y es cierto que a veces hilamos demasiado fino, pero no pasa nada por intentar empatizar y hacer un ambiente más cómodo por ejemplo en un aula (donde éramos más de cien personas y a veces preguntar dudas era una auténtica prueba de superación).
En definitiva, todos tenemos derecho de opinión pero también es cierto que todos tenemos acceso a un diccionario, y hay muchas formas de decir las cosas.
La otra cara de la moneda son las personas que no admiten réplica ni crítica alguna. Esas que lo tienen todo tan claro que no dudan en levantar su dedo acusador para calificar con adjetivos a desconocidos "si no piensas como yo eres...". Dentro de este grupo también podemos encontrar otra faceta como pueden ser los artistas o escritores endiosados que como no les sigas la corriente te van a saltar al cuello. Porque ellos han inventado un nuevo género musical o han revolucionado la industria del libro o vete tú a saber qué.
No puedo terminar sin mencionar a mi "especie" favorita: los 'babayos' (adj. Ast. y León. fanfarrón), estas personas que hincan el codo en la barra del bar y te pueden dar una clase magistral tanto de coronavirus como de volcanes como de la última reforma fiscal. Los pobres cuando no encontraban a nadie que les siguiera les rollo en el bar se iban tristes para casa pero ahora, en plena era digital, se abren una cuenta de Tik Tok y nos cuentan que el agua deshidrata.
Así que me encuentro en un mar de dudas. Porque por un lado no es políticamente correcto decir que no te gusta un libro por X o por Y, porque pobre autor con todas las horas que ha invertido. Pero por otro, sí está bien hacer leña del árbol caído cuando alguien se equivoca y vamos todos en masa a señalarlo. La conclusión que saco es que hay que seguir a la corriente. El libro que no te gusta lo comentas en privado con tu gato o con un grupo súper secreto de Telegram. Pero si nos enteramos de que un cantante fue infiel a su pareja, vamos todos a una (como Fuenteovejuna) a machacarlo.
Otro punto que he aprendido es que no hay escala de grises: o te encanta algo o lo odias. El "está bien" o "entretiene" son ofensivos, lo correcto sería "majestuoso", "fenómeno de TikTok" y la que se os ocurra a vosotros para ensalzar algo. Porque ¿tú sabes cuánto tiempo he invertido en escribir esto o en grabar esta canción?
En resumidas cuentas, el derecho de expresión tiene cientos de artículos doctrinales y jurisprudencia en España (y más que habrá con los cambios del Gobierno); y, fuera del plano legal, la conclusión que saco es que siempre nos moveremos en aguas turbulentas. Cada vez soy más feliz reseñando clásicos.